Cuando
visito librerías, consulto las novedades de la biblioteca pública o leo las
recomendaciones que aparecen en alguna de las revistas o periódicos que cuentan
con secciones dedicadas a la literatura, aún me sorprendo de lo mucho que se
edita en España.
Lo
curioso es que, en la mayor parte de las ocasiones, al investigar en Internet
sobre el libro de un autor desconocido para mí, compruebo que abundan las
páginas en las que dicho libro se comenta; lo que quiere decir que se ha leído.
Así
que no acabo de entender por qué en las estadísticas siempre aparecen cifras
que demuestran lo poco que leemos en España. Si leemos poco, por qué se publica
tanto y por qué existen tantos espacios en los que se comentan libros. Seguro
que existe una explicación lógica; mientras llega, seguiré sorprendiéndome.
Acaba
de ocurrírseme que las estadísticas se construyen preguntando a diversas
personas si leen o no, pero en el resultado no significa nada el número de
libros leídos por las que se confiesan lectoras. Ahí puede residir una
respuesta a mis interrogantes.
Las
disquisiciones anteriores tienen que ver con un escritor, Manuel Vilas, y una obra que acaba de publicar titulada Ordesa cuya lectura ha conseguido emocionarme. Debo añadir que hasta ahora ni
conocía a Manuel Vilas ni, por
supuesto, ninguna de sus obras. Ha sido en Internet donde he descubierto
cuestiones relacionadas con su trayectoria como poeta y prosista, los numerosos
premios que ha recibido, incluso el de las Letras Aragonesas (nació en
Barbastro), y lo mucho que se le valora.
Ojalá pudiera medirse el dolor humano
con números claros y no con palabras inciertas. Ojalá hubiera una forma de
saber cuánto hemos sufrido, y que el dolor tuviera materia y medición. Todo
hombre acaba un día u otro enfrentándose a la ingravidez de su paso por el
mundo. Hay seres humanos que pueden soportarlo. Yo nunca lo soportaré.
Son
las líneas con las que empieza Ordesa.
De ahí en adelante, Manuel Vilas se
rebela contra esa ingravidez relatando su historia personal en una, yo diría
catarsis, en la que hay amor, arrepentimiento, poesía y una serena aceptación
del presente, porque los que murieron, padre y madre, continúan viviendo en
nosotros: Si de algo me he dado cuenta en
la vida es de que todos los hombres y las mujeres somos una sola existencia.
Pero
antes de llegar a la certeza anterior, Manuel
Vilas debió recuperar en su mente lo que sintió al viajar con sus padres a
Ordesa en 1969 y cambiar el color amarillo, asociado a la inconsistencia, el
rencor y el dolor, por el blanco del perdón y la conformidad consigo mismo.
En
el libro, que él define como autobiográfico, parte de una serie de vivencias traumáticas,
con divorcio y abandono del hogar familiar de por medio, para interrogarse
sobre su pasado, relacionándolo siempre con las figuras de sus padres muertos y
la vida que compartieron, el padre como viajante de comercio y la madre como
ama de casa, en la España de los años 60 y 70 que describe mediante distintas
situaciones y ejemplos.
Esos
recuerdos, con los que podrá identificarse fácilmente quien haya experimentado,
ante la muerte de sus progenitores, una sensación de soledad y desamparo
similar:
Qué solo me he quedado, papá.
Qué voy a hacer ahora, papá.
Ya no verte nunca es ya no ver.
Insisto,
esos recuerdos conducen a Manuel Vilas
hasta la época actual y a las complicaciones que le plantea la convivencia
esporádica con sus dos hijos, a los que, al igual que a sus padres: Bach,
Wagner, identifica con nombres de músicos: Vivaldi, Brahms.
Ordesa es tan sincero que, en ocasiones, duele lo que
expresa. Aunque suene a sabido, pasamos por la vida sin darnos cuenta de lo que
tenemos, sin aprovechar las ocasiones en las que podríamos disfrutarlo.
Después, cuando ya nada tiene remedio y aquellos a quienes amamos se han
convertido en cenizas, nos lamentamos del tiempo perdido, de ciertos
desencuentros, de la poca paciencia que tuvimos con manías de viejos que ahora
reconocemos en nosotros.
En
Ordesa Manuel Vilas
De modo que el gran secreto era éste:
ya estoy completamente desamparado,
arrodillado
para la decapitación,
para el anhelado adiós de este cuerpo,
de esta existencia meramente social y
vecinal que lleva mi
nombre,nuestro nombre.
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