Hace
algún tiempo tuve ocasión de leer una entrevista que hicieron al escritor Javier Reverte a propósito de la
publicación de uno de sus últimos libros de viajes, se trataba de Un verano chino en el que, como su
nombre indica, hablaba del recorrido que realizó por la China de nuestros días
desde Pekín a Shangai, insistiendo en los lugares por los que pasa el río
Yangtsé, o río Amarillo como yo siempre añadía en clase para facilitar que mis
alumnos aprendieran el nombre, aclarando, por supuesto, que tal denominación se
debía al color amarillento de sus aguas debido a las tierras que atravesaba.
Aunque después de leer el libro de Javier
Reverte, que acaba de prestarme uno de mis hijos gran admirador de ese
autor, no aseguraría que fuese por las características de la tierra, sino más
bien por la cantidad de porquería que los chinos tienen la costumbre de arrojar
a él.
Vuelvo
a la entrevista ya que en ella el escritor madrileño confesaba que de todos los
países descritos en sus obras, China era el que menos le había gustado.
Para
llegar a tan deprimente conclusión Javier
Reverte cuenta con una buena aliada: Xiao Yishuang, la chica que contratan
como guía él y Pere Boix, un amigo que le acompaña en el viaje.
Xiao
Yishuang había aprendido español en la universidad y transitado por el Camino
de Santiago; además adoraba el jamón, se sentía más española que china y
utilizaba un argot para referirse a su país que sorprendía y hacía reír a los
dos amigos, por ejemplo: Mi país es feo
de cojones.
Una
fealdad apoyada en el anárquico desarrollo de las ciudades tremendamente
contaminadas y repletas de obras faraónicas a medio construir, que demostraban
el carácter exhibicionista de los jerarcas y nuevos ricos chinos. Dicha
anarquía se extendía a la caótica y peligrosa circulación y a la forma de comportarse
de los chinos, escupiendo a diestro y siniestro y no respetando las mínimas normas
de urbanidad.
Javier Reverte acostumbra en sus libros de viajes a citar a escritores
viajeros como él, en este caso a Pierre
Loti y su libro Los últimos días de Pekín que relata la ocupación de China
por fuerzas extranjeras; Christopher
Isherwood y W. H. Auden que
escribieron crónicas sobre la guerra chino-japonesa, o la periodista americana Martha Gellhorn que viajó a China con su
marido Ernest Hemingway y que tampoco
da una visión muy positiva del territorio, claro que Hemingway decía respecto a ella: Martha adora a la humanidad, pero no soporta a la gente.
Junto
a las citas de distintos autores, Javier Reverte
recoge en sus relatos numerosos datos históricos del país que visita. Aquí
aparece por ejemplo la guerra de los bóxers, la guerra chino-japonesa, el
enfrentamiento entre Mao Tsé Tung y Chiang kai-Shek, la Larga Marcha o la
implantación del comunismo, entre otros acontecimientos. También se asoma a la
China moderna, que define, insisto, como caótica, contaminada y llena de obras
a medio construir.
Es
obligado señalar que Javier Reverte
escribió Un verano chino entre los
años 2012 y 2013, así que puede que las grandes obras que tanto le alteraron
entonces estén ya terminadas y la situación haya mejorado en parte.
Dejando
a un lado las, en general, poco gratificantes vivencias del escritor en ese
enorme país, en Un verano chino también
se describen algunos paisajes, pocos, no hollados por las manos del hombre que
deslumbran por su espléndida y salvaje belleza.
Resumiendo,
Un verano chino de Javier Reverte es un libro divertido, si
obviamos la brutalidad de las guerras, que se lee con facilidad y agrado; y
hasta permite hacer comparaciones entre los habitantes de aquel territorio y los
que cada vez en mayor número encontramos en nuestros pueblos y ciudades
conduciendo coches de alta gama, apoderándose de los más variados negocios y
relacionándose muy poco con la población autóctona, Javier Reverte lo achacaría a su marcado nacionalismo.
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