Decía
Antonio Muñoz Molina que había tenido
durante algún tiempo resistiéndose a abrirlo el libro que hoy traigo a Opticks.
Se trata de Vida y destino del
escritor ruso Vasili Grossman que
murió en Moscú en 1964 sin conseguir que su obra fuera publicada. Peor aún,
tras darla a leer a los censores soviéticos durante el mandato de Nikita Jruschov,
a pesar de que ya se había producido en
el país una cierta apertura, el retrato que hacía de la sociedad de la URSS
bajo Stalin le valió la condena al ostracismo.
Ese
retrato es lo que provocó que Muñoz
Molina, un hombre declarado de izquierdas, tuviese reparo en enfrentarse a
un libro que, desde el interior del sistema y con una honradez desgarradora,
pone de manifiesto los errores y las contradicciones del régimen comunista.
La aspiración del hombre a la libertad
es invencible; puede ser aplastada pero no aniquilada. El totalitarismo no
puede renunciar a la violencia. Si lo hiciera, perecería. El hombre no renuncia
a la libertad por propia voluntad. En esta conclusión se halla la luz de
nuestros tiempos, la luz del futuro.
Vida y destino empieza en un tren que se dirige a un campo de
concentración nazi. En ese campo, un grupo de prisioneros, rusos en su mayoría,
presentan al lector distintas realidades que se sustentan en opiniones casi
siempre opuestas.
Este
enfrentamiento pienso que debió irritar particularmente a los censores de Vasili Grossman cuando el escritor
enfrenta en su relato a uno de los prisioneros, comunista convencido, con el
oficial de la Gestapo que dirige el campo que equipara en su disertación a los
dos regímenes políticos: ¡El nacionalismo
es el alma de nuestra época! ¡El socialismo en un solo país es la expresión
suprema del nacionalismo! Fue en la Noche de los cuchillos largos donde Stalin encontró la idea para las
grandes purgas del partido en 1937.
Las
purgas de Stalin, los millones de personas enviadas a Siberia o a otros lugares
inhóspitos a trabajar en condiciones infrahumanas; los condenados a morir de
hambre: hombres, mujeres y niños, en la colectivización obligatoria de la
agricultura (1929-1931), cuyo objetivo consistía en suprimir la propiedad
privada e introducir el pleno control
del partido comunista sobre la economía y la vida social del campo, lo que Stalin
consideraba el bien común; el miedo, la delación, las persecuciones, las
torturas, todo está expuesto y analizado a la vez con la profundidad y la lucidez
de alguien que lo ha vivido y ha reflexionado mucho sobre ello.
Una
gran parte del libro se desarrolla durante la batalla de Stalingrado. De nuevo
aquí se alternan las voces de los combatientes de uno y otro bando: soldados,
altos mandos, comisarios políticos… Acompañándolos el escritor, observador y
protagonista al mismo tiempo, entra en las trincheras, recorre el frente,
participa de las penalidades que sufren los soldados y la gente común atrapada
en la contienda; no obvia ni la mezquindad ni el heroísmo, resalta la bondad,
aunque nos parezca tan absurda e inexplicable como la que subyace tras el gesto
de la anciana que da agua al alemán moribundo: En la impotencia de la bondad, en la bondad sin sentido, está el
secreto de su inmortalidad. Nunca podrá ser vencida. Cuanto más estúpida, más
impotente pueda parecer, más grande es. ¡El mal es impotente ante ella!
En
las ciudades, lejos de la batalla pero teniéndola muy presente, continúa la
vida bajo la estricta organización que ha diseñado Stalin. Entre los
científicos no represaliados se encuentra Viktor Pávlovich Shtrum, físico, miembro de la
Academia de las Ciencias, al que Vasili
Grossman dedica también bastantes páginas: su familia, su trabajo, la
convivencia con los demás científicos; su caída en desgracia, basándose como
siempre en acusaciones falsas y carentes de todo sentido lógico; la liberación
personal que esta caída le provoca, su ascenso posterior por la importancia que
tenía para el Estado las investigaciones en torno a la física nuclear que
realizaba. Un Estado que en su cólera
sería capaz de despojarle no sólo de la libertad, de la paz, sino también de la
inteligencia, del talento, de la fe en sí mismo.
Leo
que Shtrum es considerado el alter ego de Vasili
Grossman. Mi opinión es que en todos los personajes que aparecen en Vida y destino hay algo de él. No sólo
porque los haya creado, sino porque ha compartido o contemplado los
acontecimientos que ellos vivieron en los lugares en los que se desarrollan los
hechos narrados en el libro (su amplia biografía lo confirma). Incluso
participó en la liberación del campo de exterminio de Treblinka y su testimonio
fue utilizado como prueba en los juicios de Núremberg.
He
aconsejado la lectura de Vida y destino a
todas las personas que conozco. Es la mejor vacuna contra muchas de las
variadas plagas que asolan en los momentos actuales el mundo.
Vacuna
contra las plagas y homenaje a un escritor excepcional que en la carta que escribe a Nikita Jruschov, tras la negativa a
publicar la obra, afirma en su defensa: No
he llegado a la conclusión de que mi libro contenga falsedades. Escribí lo que
consideraba y sigo considerando que es la verdad. Escribí sólo el resultado de
mis reflexiones, de mis sentimientos de mis sufrimientos. Escribí sobre la
gente corriente y sobre sus penas, sus alegrías, sus errores; hablé de la
muerte, de mi amor y mi compasión por los seres humanos…
Nada
de eso importaba, la idea de libertad de creación para los censores soviéticos la
encontramos en la respuesta que dan a la carta y no es la libertad burguesa que consiste en el derecho a hacer todo lo que a uno le venga en gana. Esa libertad sólo
es necesaria para los imperialistas y los millonarios. Nuestros escritores
soviéticos deben producir sólo lo que el pueblo necesita, lo que es útil a la
sociedad.