El verano está
presente en la mayor parte de los libros de Cesare
Pavese, escritor y poeta italiano que hoy, a punto de comenzar las vacaciones de agosto, traigo a Opticks. El bello verano, La playa,
Fiestas de agosto y el que acabo de
leer esta semana, El diablo sobre las colinas, por citar algunos ejemplos, tienen la citada estación de marco
preferente.
Cesare Pavese, que nació en el
Piamonte en 1908 y se suicidó en 1950, fue siempre una persona atormentada que
dudaba de su propia valía: “Me produzco la impresión de un mendigo…, voy
describiendo mi miseria como los mendigos ponen a la vista la sordidez de sus
llagas”. Una miseria no real, ya que Pavese
pertenecía a una familia bien situada, tuvo una cara educación, estudió
letras y el éxito profesional le llegó pronto.
La miseria de Pavese es por tanto simbólica, su aguda
introversión, mente analítica y exagerado perfeccionismo, le provoca una
insatisfacción que le conduce a padecer crisis de muchos tipos: profesionales,
políticas, religiosas…
Esa angustia vital,
esa necesidad de hallar un asidero la encontramos en El diablo sobre las colinas que pertenece a una de sus últimas
etapas como escritor, aquella que el propio autor considera de “realidad
simbólica”, es decir, de negación del realismo convencional por la vía del
símbolo. En 1938 escribía Pavese a
propósito de esto: “Nada de personajes que digan cosas inteligentes, las cosas
inteligentes debes saberlas tú y desplegarlas en la construcción de la
historia”.
El diablo sobre las colinas resume muy bien algunos de los mitos literarios que caracterizan a Cesare Pavese. Junto al verano, símbolo de plenitud vital, las colinas
de su tierra, casi todo el relato se desarrolla en ellas, que simbolizan el
personal anhelo nunca logrado de una vida natural e instintiva; la adolescencia como tiempo de
desengaño; la desnudez como imagen de
comunicación con la naturaleza.
Otra característica
que podemos encontrar en esta obra es la figura del narrador que recae siempre en un personaje secundario que traza una línea argumental mínima;
simplemente nos cuenta algo que sucedió y nosotros debemos extraer conclusiones
e imaginar un posible final.
El diablo sobre las colinas consta de dos partes bien diferenciadas. En la primera tres estudiantes
pasan las noches de verano en Turín buscando sensaciones que les permitan alejar
el aburrimiento, por ejemplo, subir a las colinas que rodean la ciudad. Una
noche a las colinas sube también, aunque en un lujoso automóvil, Poli, mayor
que ellos, de familia acaudalada, drogadicto y abúlico que conoce a Oreste, uno
de los tres estudiantes, por tener una extensa finca cerca de las tierras
familiares del joven, y consigue enredarlos llevándoselos con él y con su
amante en un itinerario nocturno que el narrador muestra con desagrado.
En la segunda parte
los tres estudiantes se reúnen en la casa de Oreste para terminar de pasar el verano. Los padres
de Oreste son campesinos acomodados y los jóvenes disfrutan de una naturaleza
exuberante y de un pantano en el que pueden bañarse desnudos.
Su felicidad natural
termina cuando les dicen que Poli ha venido a su finca, deciden ir a visitarlo,
descubren que está casado con una joven de su misma clase social y se quedan,
invitados por el matrimonio, a pasar varios días en la lujosa casa.
El contraste entre la
familiaridad y la sencillez en las relaciones que conocieron en la casa de
Orestes y la insatisfacción casi angustiosa que descubren aquí, manifestada en
multitud de detalles, acciones y diálogos, provocan que el lector, al menos en
mi caso, busque en todo ello las causas por las que Cesare Pavese se tomó a los 42 años una dosis letal de pastillas.
El diablo sobre las colinas es un gran libro, profundo, poético y simbólico que te hace levantar de vez
en cuando la vista de sus páginas, subrayar ciertas frases y preguntarte por
los diablos que condujeron al genial escritor piamontés a tomar una decisión
tan drástica.