Afirma Pere
Gimferrer en el prólogo de Demonios familiares, último libro de Ana Mº Matute que cuando una obra, en la forma en que se nos manifiesta y llega a
nosotros, posee plenitud, la noción de inacabamiento carece de sentido.
Sin embargo, y quizá sea a consecuencia de esa plenitud, Demonios familiares nos sabe a poco. Al terminar de leer sus 155
páginas, te has sumergido tanto en la historia, atrapado tanto los personajes y
el ambiente creado por la autora, que te gustaría conocer qué les ocurrirá en
el futuro a cada uno de ellos: Eva, Yago, el Coronel, Mada, Berni, Jovita…
Por lo demás, en esta obra de Ana Mª Matute están presentes algunos de los demonios que acompañaron siempre a la escritora: la soledad, la
frialdad en las relaciones familiares, la incomunicación, los silencios, la
rebeldía o la dificultad para expresar los propios sentimientos. Todo ello lo
encontramos aquí, junto a esa especial sensibilidad que muestra al describir lo
misterioso; adentrarse en lo oscuro, el bosque, los sueños, los recuerdos…
La historia que contiene Demonios familiares está narrada en primera persona por Eva y en
tercera por la propia narradora.
Todo comienza en julio de 1936 cuando la quema del
convento que alberga a un grupo de monjas, entre las que está la novicia de 16
años, Eva, provoca la salida de todas ellas y el regreso de la joven a la gran
casa cercana al bosque en la que vive su padre, el Coronel, junto a Magdalena,
cocinera y ama de llaves, y Yago, un hombre de unos 30 años callado y distante
que atiende al militar que va en silla de ruedas.
La vuelta a casa hace que Eva reflexione sobre lo que ha
sido su vida hasta ese momento: su solitaria y controlada infancia, su
rebeldía, su poca experiencia, y la relación que ha mantenido con sus
familiares, en especial con el Coronel.
La guerra, que se escucha en la distancia y determina las
reacciones de las personas y el desarrollo del relato, provoca que Yago y Eva
se unan para esconder y atender a Berni, un paracaidista republicano herido que
ha caído en el bosque.
No añado nada más sobre la historia en sí. Sólo que,
conforme voy pensando y escribiendo, me doy cuenta de todos los matices que
contiene, de la enorme riqueza que se puede extraer de este corto relato.
Al final del libro, María Paz Ortuño, pienso que
secretaria y amiga de Ana Mª Matute, explica el proceso de creación y las dificultades
de tipo físico a las que hubo de enfrentarse la autora, muy limitada ya por sus
achaques, para escribir Demonios
familiares. Habla de la necesidad que sentía antes de empezar a escribir de
encontrar el tono adecuado a lo que pretendía contar; de su obsesión por el
perfeccionismo y su responsabilidad ante el lector, que la llevaba a corregir y
corregir hasta lograr el resultado que creía más digno.
Termina María Paz Ortuño reproduciendo unas líneas que Ana Mª Matute escribió al inicio del
proceso que la condujo a crear Demonios
familiares. Yo me permito también reproducirlas aquí para disfrute del posible
lector, como homenaje a la escritora desaparecida y como adelanto de la belleza
que hallará si se adentra en sus páginas.
Y le amé como nunca
había amado a nadie antes, ni después, ni nunca. Porque aquel deslumbramiento
doloroso sólo duró unos minutos, y desapareció. Como todo en mi vida, siempre a
punto de atravesar el umbral de algún paraíso, donde nadie logró entrar, ni lo
logrará jamás, el inhabitado paraíso de los deseos.