El primero, publicado en 2009, se
titula Un lugar en el que nunca he estado y, según nos informan
en la contraportada, es el debut literario de la productora cinematográfica
inglesa Rosie Alison.

En el segundo capítulo aparece el
embajador inglés en Varsovia y conocemos su reacción ante la entrada de los
alemanes en territorio polaco.
Los capítulos sucesivos nos hablan
de Anna y de su llegada, junto con otros niños, a una imponente mansión
victoriana en la que vivirán hasta que pasen los horrores de la guerra. La
mansión está habitada por un noble inglés y su esposa que han decidido cuidar en
ella de los pequeños refugiados. Poco a poco, vamos conociendo el pasado de la casa
y de sus propietarios. También cómo discurre la vida de la madre de Anna en
Londres, de su padre en el frente, del embajador inglés en Varsovia y de su
mujer (personajes reales que salvaron a judíos perseguidos por los nazis); de
los niños londinenses y de sus maestros, de la relación amorosa que se
establece entre el dueño de la casa y una de las profesoras que atiende a los
escolares, de…
Y éste es uno de los fallos que
encuentro en el libro, la autora ha pretendido contar en trescientas páginas
tantas historias a la vez y, además, proporcionarles a todas un final más o
menos verosímil, que no deja nada a la imaginación del lector y la narración
adolece de falta de profundidad e intensidad dramáticas.
El segundo libro, muy diferente del
primero y Premio Las Américas 2012, se titula El país imaginado. Su autor es el argentino Eduardo Berti.

La historia, relatada en primera
persona por una niña de 13 años, empieza con la muerte de su abuela y termina
unos años después de que contraiga matrimonio y sea madre. El eje central
alrededor del que giran los hechos relatados es la relación de la niña, más
bien jovencita, con otra algo mayor, Xiaomei, hija de un ciego vendedor de
pájaros a la que considera su ideal de belleza; admirándola de un modo tan
intenso, que hasta imita su forma de vestir y de peinarse y desea casarla con
su hermano mayor para tenerla siempre cerca.
Los encuentros entre las dos
muchachas, los planes de los padres con respecto a futuros matrimonios concertados,
el trato con los criados y amigos, el deseo de influir por parte de la niña en
las decisiones del hermano mayor, etc., todo va discurriendo como en una
película de las que tanto gustan a la intuitiva y sensible narradora que, de
alguna manera, vive orientada a través de los sueños por la persona de la
abuela muerta.
En resumen, un bello marco y una
bella historia narrada con exquisitez, delicadeza y una cierta dosis muy
asiática de resignación y fatalismo.